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LATINA
Carlos Alberto
Iurchuk:
Entre las noticias más
importantes del año 1994 - las masacres en Bosnia y Ruanda, el
juicio del ex-futbolista O. J. Simpson en los EUA, y otras - hubo
una que pasó mayormente desapercibida por el público no
especializado: se trataba del regreso a la Luna del programa
espacial de los Estados Unidos a través de una pequeña sonda
"desechable" denominada Clementine, cuya tecnología supuestamente
era fruto de la entonces inactiva Incitativa de Defensa Espacial
impulsada en la década de los '80 por el régimen de
Reagan.
La falta de publicidad en torno a este lanzamiento
espacial hizo que el controvertido investigador ovni George Andrews
hiciese el siguiente comentario: "Resulta curioso que la primera
misión espacial estadounidense a la Luna en más de 21 años no haya
recibido más de dos pulgadas de espacio en los principales
periódicos de la nación". Andrews agregó que el monto total de la
misión Clementine - $75 millones de dólares - debió haber llamado la
atención de por lo menos algún interesado en el presupuesto
gubernamental. Según un cable de prensa de la AP, la misión de
Clementine 1 consistía en fotografiar nuestro satélite natural así
como otro "asteroide inespecífico" (Geographos, nombrado en honor de
la revista National Geographic) para probar un nuevo herramental
defensivo, cuyas características exactas jamás se dieron a
conocer.
Las largas vacaciones que se tomó la NASA de la
exploración lunar han sido racionalizadas por los investigadores
como la consecuencia de la indiferencia pública ante la exploración
espacial, o la hostilidad abierta de dicho público ante el costo
elevado de las sondas espaciales. También se ha dicho que en la Luna
no se hicieron descubrimientos excitantes, y que lo verdaderamente
emocionante de la investigación espacial reside en las arenas rojas
del planeta Marte o en las riquezas minerales del cinturón de
asteroides. Luego de haber transportado ochocientas libras de roca
lunar a una distancia en exceso de doscientas mil millas, la ciencia
actual parecía saber todo lo había que saber sobre nuestro único
satélite natural.
Al menos, así lo parecía.
La
realidad del asunto que la NASA jamás se olvidó de la Luna, ni
siquiera durante los momentos más oscuros de los recortes
presupuestarios realizados por el senador Bill Proxmire a fines de
los '70 (Proxmire ordenó la destrucción de las instalaciones y
herramientas utilizadas para construir los enormes lanzadores
Saturno V que llevaron el hombre a la Luna). Se ha observado que
durante el Programa Vikingo para la exploración de Marte, la NASA
había propuesto el uso de un módulo de descenso parecido al Vikingo
I para colocar más de 1.000 libras de equipo científico en cualquier
parte de la Luna, aún en la cara oscura, mientras que un aparato
orbital proporcionaba comunicaciones con la Tierra. Durante la
década de los '80, la ex-astronauta Sally Ride presidió el comité
encargado de explorar la mejor manera de regresar a nuestro satélite
como trampolín para tareas de exploración más arduas, como la de
Marte.
Sin embargo, existían otras líneas de pensamiento que
proponían hechos sumamente intrigantes, tales como el hecho de que
el proyecto Apolo no había sido más que un disfraz elaborado y de
baja tecnología para ocultar el altamente sofisticado programa de
exploración militar que efectuaba la exploración verdadera. Muchos
llegaron al grado de sugerir la posibilidad de que ya se habían
establecido bases debajo de la superficie lunar, excavadas por
maquinaria sacada de una pesadilla. Y hubo otros - habitantes en la
tierra fronteriza entre la cordura y la locura - que contaron
historias sobre bases extraterrestres, lides entre humanos y
extrahumanos, y el hecho de que la Luna era una esfera perfectamente
hueca.
Colocando la paranoia a un lado, muchos creen aún que
este reavivamiento de interés en la Luna resulta altamente
sospechoso. Uno de los principales argumentos esgrimidos es la
extraña circunstancia de que ambas superpotencias perdieron interés
en la Luna casi al mismo tiempo: el altamente exitoso programa
Lunakhod de la Unión Soviética tocó a su fin siete meses después de
que se produjera el despegue de la misión Apolo 17 de la superficie
lunar el 7 de diciembre de 1972. El centro de mando espacial
soviético en Baikonur perdió contacto con el Lunakhod 2
misteriosamente en las inmediaciones del cráter Le Monnier, a tan
solo 110 millas del punto de aterrizaje del Apolo 17. ¿Habrá sido
cierto, entonces, aquel rumor de que los humanos habían sido echados
de la Luna por intrusos, y que nuestras sondas lunares habían sido
plagadas por intensa actividad OVNI?
La agencia noticiosa UPI
hizo eco de una noticia circulada por TASS, el servicio noticioso de
la Unión Soviética sobre un hecho ocurrido el 14 de febrero de 1973:
el Lunakhod 2 había descubierto una losa de piedra inusualmente
lisa, casi parecida al tabique de una estructura humana, en las
cercanías de las montañas Tauro. La losa guardaba un parecido
extraordinario al célebre monolito descrito en la novela 2001: La
odisea del espacio por Arthur C.
Clarke.
Preguntas sin
respuesta
En la década de los '70, una serie de
artículos de prensa sugirieron la posibilidad de que los primeros
astronautas habían encontrado naves e instalaciones extraterrestres
tanto en el Mar de la Tranquilidad y como en otros puntos de la
geografía lunar. Las transcripciones de las conversaciones entre
Houston y los distintas expediciones lunares apuntaban la
posibilidad de que los intrépidos astronautas estaban en una
situación muy fuera de su alcance. El día de navidad de 1968, se
produjo un evento extraordinario: mientras que la cápsula Apolo 8
circunvalaba la esfera lunar, las comunicaciones quedaron
interrumpidas por un espacio de seis minutos que parecían
interminables. Después de este lapso, los controladores en Houston
pudieron escuchar que el astronauta James Lovell decía: "Acaban de
decirnos que existe Papá Noel". Los aparatos de monitoreo clínico en
tierra comprobaron que el pulso de astronauta había saltado
repentinamente a 120 pulsaciones por minuto, habiendo permanecido
en
la gama normal antes del evento.
El aterrizaje de
la misión Apolo 11 en el Mar de la Tranquilidad fue caracterizado
por la singular "serenata" de sonidos - que asemejaban los silbidos
de un tren y ruidos de maquinaria - que interrumpieron el canal de
comunicación segura entre el Módulo de Excursión Lunar y CAPCOM en
Houston, haciendo que este último preguntara a los astronautas "si
tenían compañía allá arriba".
Existe también la creencia muy
arraigada, aunque totalmente carente de mérito, de que la misión
Apolo 13 (inmortalizada por la película del mismo nombre
protagonizada por Tom Hanks) casi fue destruida por un haz de
energía disparado por un OVNI contra el módulo de servicio. No
obstante, "algo" ha disparado contra nuestros astronautas: un objeto
parecido a un proyectil, con una rapidez inverosímil para las
condiciones lunares, surcó el espacio justo sobre las cabezas de
David Scott y James Irwin de la misión Apolo 15, mientras que los
tripulantes de la Apolo 16 fueron sorprendidos por el destello de un
haz de luz en el cielo negro de nuestro satélite. Más alarmante aún
fue el encuentro cercano con lo desconocido que tuvieron los
astronautas Gene Cernan y Harrison Schmitt: una fuerza invisible
hizo explotar la antena de alta ganancia en su vehículo lunar. La
transcripción de las comunicaciones entre los exploradores lunares y
el módulo de mando, que permanecía en órbita, sigue
siendo
un misterio hasta la actualidad. Los astronautas en
el coche lunar dicen: "Sí, explotó. Algo voló sobre nosotros justo
antes... todavía..." mientras que el otro responde: "¡Dios! Pensé
que nos había impactado un... un... ¡miren aquello!" El intercambio
entre los astronautas queda interrumpido por la voz lacónica del
control en Houston, asegurándoles que otras misiones han
experimentado el mismo fenómeno. Según declaraciones hechas por el
doctor Farouk El-Baz, el prestigioso geólogo de la NASA, los
extraños objetos debían ser catalogados como OVNIS, puesto que no
existían naves soviéticas ni estadounidenses capaces de alcanzar
velocidades tan vertiginosas.
En diciembre de 1969, el físico
nuclear Glenn Seaborg, quien ejercía el cargo de presidente de la
Comisión de Energía Atómica de los EE.UU. (AEC), manifestó durante
una visita a Moscú que la misión Apolo 11 había descubierto "huellas
sospechosas" en la cara oculta de la Luna... huellas que parecían
haber sido hechas por alguna clase de vehículo. Esta declaración no
sorprendió en lo más mínimo a mucha gente, especialmente los
astrónomos encargados de catalogar los "fenómenos lunares
transitorios" y la aparición y desaparición de distintivos extraños
en la superficie de nuestro satélite. Desde el siglo XVIII, la
comunidad astronómica venía interesándose por las luces que podían
ser vistas en ciertos cráteres y en los "mares" lunares. A lo largo
del siglo XIX, el cráter Aristarco hizo gala de luces blancas de
gran brillantez que fueron descartadas como ilusiones ópticas hasta
que un grupo de observadores las vio despegar de la superficie del
cráter. Este cráter, altamente visible desde
la Tierra,
siguió siendo una fuente de actividad extraña hasta bien entrada la
década de los '60.
Pero los eventos de alta extrañeza no
estaban circunscritos al cráter Aristarco: el cráter Platón - uno de
los más visibles a simple vista de la Tierra - reveló luces
parecidas a la de una procesión de vehículos, y los tripulantes del
Apolo 8 habían hecho la observación de que el Monte Pickering,
situado entre los cráteres Messier y Pickering, parece emitir haces
de luz. Todo esto parecía indicar que lo escrito sobre este cuerpo
celeste supuestamente muerto estaba equivocado, o que sus
"inquilinos" estaban sumamente atareados.
A mediados de los
'70, con el programa espacial tripulado de los EE.UU. en situación
de inactividad, aguardando la llegada del transbordador espacial, y
con el recuerdo de las misiones lunares desapareciendo
paulatinamente de la memoria del público, varios antiguos empleados
y asesores de la NASA comenzaron a formular sus propias opiniones
sobre lo que habías sucedido a un cuarto de millón de millas de la
Tierra durante los lanzamientos del proyecto Apolo. La prensa
ovnilógica de aquellos días inevitablemente publicó notas extensas
sobre las conversaciones sostenidas entre los astronautas y el
control de tierra, haciendo hincapié en los incidentes anómalos y
fenómenos extraños e inesperados.
El doctor Maurice
Chatelain, antiguo jefe de comunicaciones de la NASA, expresó la
creencia controvertida de que tanto las misiones lunares soviéticas
como estadounidenses habían sido "vigiladas" por ovnis. Los autores
civiles también manifestaron su parecer al respecto con sugerencias
atrevidas, pero ninguna tan sorprendentes como las vertidas por
George Leonard, autor profesional que había trabajado para varias
dependencias del gobierno, en su libro Somebody Else is On the Moon
(Hay alguien más en la Luna), el resultado de un análisis minucioso
de las miles de fotografías de la superficie lunar tomadas por la
NASA. La teoría de Leonard era que la Luna estaba habitada por una
raza inteligente de origen extrasolar cuyas actividades eran
claramente visibles a los instrumentos de nuestros astrónomos...
actividades que fueron la razón verdadera de la "carrera por
alcanzar la Luna" en los años '60.
Las fotos, según Leonard,
presentaban evidencia borrosa de enormes dispositivos de excavación
extraterrestre de hasta cinco millas en diámetro, así como otros
aparatos que supuestamente circulaban en la superficie lunar. Las
más impresionantes de estas estructuras eran las enormes "torres"
que parecían proyectar sombras cuya extensión se medía en millas.
Las torres parecían estar compuestas de un material completamente
ajeno a la roca lunar que les rodeaba. "La Luna está firmemente bajo
el control de quienes la ocupan", escribió Leonard en su obra. "Su
presencia es visible por doquier: en la superficie, en la cara
visible y en la cara oculta, en los cráteres, en los mares y en los
altiplanos. Están cambiando la faz de la Luna. La sospecha o el
reconocimiento de ello fue lo que disparó los programas de
exploración rusos y estadounidenses, que más que competencia,
parecen una cooperación desesperada".
Otras notas
periodísticas se concentraron en aspectos igualmente controvertidos
e igual de difíciles de verificar, como la enorme discrepancia entre
las edades de las distintas rocas lunares recolectadas en distintas
partes del satélite - aspectos tratados exhaustivamente por el
astrónomo Don Wilson en sus libros Our Mysterious Spaceship Moon
(NY: Dell, 1975) y Secrets of Our Spaceship Moon (NY: Dell, 1979).
La tesis de Wilson se relacionaba con la posibilidad, señalada por
el astrónomo Gordon McDonald en 1962, de que nuestro satélite fuese
un cuerpo completamente hueco, dada la densidad reducida de su
interior. Dada la imposibilidad de tener cuerpos celestes huecos,
los rusos Vasin y Scherbakov lanzaron la intrépida hipótesis sobre
el origen artificial de la Luna.
Para finales de la década de
los '70, la fiebre producida por las anomalías lunares había
menguado considerablemente y no volvió a comentarse nada sobre ellos
hasta 1996, cuando el investigador Robert Hoagland presentó una
serie de fotografías altamente curiosas en una conferencia celebrada
en el National Press Club de la ciudad de Washington,
D.C.
Agrupados bajo el nombre Enterprise Mission, el
ex-piloto de pruebas Ken Johnson de la NASA, los geólogos Ron Nicks
y Brian Moore y el mismo Hoagland indicaron que muchas de la fotos
lunares tomadas por la misión Apolo 12 indicaban peculiaridades que
jamás habían sido tomadas en cuenta: estructuras casi sacadas de la
fantasía con nombres como "el palacio de cristal" (fotografiado a
una altura de 15 millas sobre la Luna cerca del cráter Hyginus) y
"el Castillo" - una enorme estructura vítrea flotando sobre la
superficie lunar a más de nueve millas de altura. Los comunicados de
prensa emitidos por la Enterprise Mission por Internet y otros
medios apuntaban: "Estas películas oficiales de la NASA, analizadas
por un espacio de cuatro años con tecnología que no existía hace 30
años, cuando se tomaron las originales, representan prueba innegable
de la existencia de estructuras artificiales de gran antigüedad en
la Luna".
¿Llegaron primero los
rusos?
Aunque la historia siempre dirá que
Armstrong, Aldrin y Collins fueron los primeros humanos en llegar a
la Luna, este hecho siempre estará matizado por la incómoda realidad
de que la antigua U.R.S.S. había lanzado, en enero de 1959, lo que
se piensa era un vehículo de tres etapas diseñados para llegar hasta
la Luna: la sonda Luna 1 pasó a tres mil millas de nuestro satélite,
y las demás sondas pertenecientes a dicha serie de lanzamientos
progresivamente lograron orbitar y hacer aterrizajes suaves en la
Luna mientras que los primeros intentos de EE.UU. por llegar al
espacio seguían atascados en la plataforma de lanzamiento. No se
puede negar, entonces, la posibilidad de que una misión tripulada
secreta perteneciente a la U.R.S.S. haya alcanzado la
Luna.
Existe un incidente que puede servir como inquietante
corroboración a estas misiones rusas: mientras que el módulo de
mando de la misión Apolo 17 sobrevolaba el cráter Orientalis, el
piloto Al Worden afirmó haber visto un objeto de manufactura humana,
de luces pulsantes, en el fondo del cráter. El control en Houston
formuló la interrogante: "¿Acaso creen que se podrá tratar de
Vostok?" Durante su siguiente órbita lunar, Worden pudo observar el
aparato nuevamente.
El programa Vostok correspondía a los
primeros lanzamientos tripulados de la Unión Soviética, y algunos de
ellos siguen ocultos en el secreto más absoluto. En 1969, un sistema
de clasificación de la NASA acerca de los supuestos vehículos de
lanzamiento utilizados por la URSS identificaba seis categorías
distintas desde la "A" a la "G" - esta última letra designaba al
"gigante de Webb", un lanzador de dimensiones colosales identificado
por el administrador de la NASA, James Webb, como el vehículo ruso
utilizado para llevar tripulación e instrumentos hasta la
Luna.
La odisea del sargento
Wolfe
Una de las presentaciones de mayor
impacto en el "Disclosure Project" auspiciado por el Dr. Steven
Greer lo fue el testimonio grabado del sargento Karl Wolfe de la
Fuerza Aérea de los EE.UU. (USAF). A mediados de la década de los
'60, el sargento se desempeñaba como técnico fotográfico militar, y
un buen día recibió órdenes de sus superiores para personarse en la
base aérea Langley, donde se había recibido la información visual
obtenida por la sonda Lunar Orbiter. Recogiendo sus instrumentos,
Wolfe se desplazó hasta la base Langley, donde unos oficiales le
llevaron a un hangar que contenía el laboratorio fotográfico de la
base. El local estaba vacío salvo por otro militar de bajo rango
encargado de procesar el material fotográfico - negativos de 35
milímetros que eran convertidos a su vez en mosaicos de dieciocho
pulgadas. Cada tira de negativos correspondía a una pasada de la
sonda sobre la superficie lunar.
Dio la casualidad que el
aparato empleado para el procesamiento de imágenes no funcionaba, y
ambos hombres se sentaron a esperar a que les trajesen otro.
Repentinamente, el otro militar le dijo a Wolfe: "Por cierto, hemos
descubierto una base en la cara oculta de la Luna".
Wolfe no
ocultó su sorpresa, preguntando enseguida a quien le pertenecía, ya
que faltarían varios años para el programa Apolo iniciase sus
exploraciones. Seguro que los rusos - o hasta tal vez los
misteriosos chinos - se habían adelantado a Estados Unidos. Pero el
otro hombre repitió que efectivamente, había una base en la
Luna.
"En ese momento", confiesa Wolfe en la grabación hecha
para el Disclosure Project, "sentí miedo. Si alguien hubiese llegado
a entrar en el laboratorio, sabía que estaríamos en peligro por
haber hablado sobre esta información".
Pero no apareció
nadie, y para su mayor sorpresa, el técnico fotográfico de la base
Langley le mostró uno de los fotomosaicos que presentaba una base
artificial en nuestro satélite, con figuras geométricas, torres,
construcciones esféricas de gran altura y estructuras parecidas a
platos de radar, pero de proporciones colosales. "Algunas de ellas",
apunta Wolfe, "tenían un dimensiones que superaban la media
milla".
Las misteriosas estructuras lunares parecían tener un
revestimiento reflectivo, mientras que otras guardaban cierto
parecido con las torres de refrigeración de las centrales nucleares.
Tan reveladora era la información visual que Wolfe llegó al punto de
no querer ver nada más, sabiendo bien que peligraba su vida. "Me
hubiera encantado seguir mirando, y haber hecho copias", admite el
sargento, "pero sabía que era un riesgo enorme, y que el joven que
me había enseñado los fotomosaicos estaba excediendo su autoridad al
mostrármelos".
La singular experiencia del sargento Wolfe
recibió cierta corroboración por parte de Larry Warren, el
controvertido testigo principal del célebre incidente ovni en la
base angloestadounidense de Bentwaters en el Reino Unido. Después de
su experiencia, la cúpula militar llevó a Warren y otros soldados a
un cuarto de proyección donde se les enseñó un rodaje
extraordinario: tomas de la superficie lunar que permitían ver
estructuras cuadradas de color arenoso, y en primer plano, el coche
lunar Rover utilizado por los astronautas, que podían ser vistos
apuntando hacia las estructuras.
¿De vuelta a
la Luna?
Resulta curioso que la desapercibida
sonda Clementine haya sido fruto de la tecnología bélica del escudo
antimísiles conocido como "Star Wars" y no de los altamente exitosos
programas de exploración planetaria de la NASA. ¿Significa esto que
algunos de los sistemas ofensivos desarrollados bajo este programa
del régimen de Reagan sean capaces de garantizar la defensa de
nuestras propias sondas contra las "fuerzas hostiles" que ocupan la
Luna? La ciencia ficción a menudo se adelanta a la realidad
científica: la misión de Clementine incluía una visita a la Luna
seguida por un vuelo en pasada a un asteroide para probar sus
equipos. El borrador de la novela 2001: La odisea del espacio nos
presentaba a la tripulación de la nave Discovery desplegando un
espectroscopio láser como arma contra un pequeño asteroide.
¿Perseguirían un fin semejante las maniobras de la sonda
Clementine?
El regreso de la NASA a la Luna en 1994 fue un
evento razonablemente exitoso, ya que Clementine transmitió más de
dos millones de fotografías sobre las regiones polares de la Luna,
posiblemente descubriendo la existencia de hielo en uno de los
cráteres del polo sur lunar, incluyendo fotografías de excelente
calidad de algunos de los cráteres y relieves misteriosos. Sin
embargo, el ambicioso plan de probar sus instrumentos contra el
asteroide Geographos no llegó a realizarse: se perdió contacto con
la sonda antes de que finalizar su misión, cayendo en una órbita
solar inservible debido al fallo de uno de los generadores de
empuje.
Al igual que en el caso de otras pérdidas sufridas
por el programa espacial, como la del Mars Observer, hay quienes
creen que el silencio prematuro de Clementine representa otro acto
de interferencia por fuerzas desconocidas opuestas a nuestra
exploración del espacio.
Carlos Alberto
Iurchuk.